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En las provincias chinas de Hebei y Sichuan, hospitales estatales inauguraron clínicas con un nombre llamativo: “No me gusta ir a trabajar”. Lejos de ser un chiste, estos espacios reciben a pacientes con estrés laboral extremo, depresión y síntomas físicos vinculados al agotamiento mental.

La frase “no quiero ir a trabajar” dejó de ser una queja social para convertirse en una razón médica. Las consultas aumentaron tanto que el sistema de salud empezó a reconocer la importancia del burnout como una condición real y urgente.

Según los médicos, el objetivo no es motivar ni forzar la productividad, sino atender el colapso mental y emocional que provoca el modelo laboral extremo. En un país donde el trabajo es cultura, esta apertura marca un giro inesperado: la salud mental también importa.